martes, 29 de mayo de 2012

Cuánto debe valer el dólar

Las tensiones en el mercado de cambios, lejos de disiparse, se han acentuado y traen a la memoria los primeros meses de salida traumática de la convertibilidad, a mediados de 2002. Entonces se creía en el Gobierno que con un tipo de cambio de $1,40 por dólar era suficiente para satisfacer el apetito de exportadores y frenar las importaciones

Pero las pobres medidas de política económica llevaron el cambio hasta $3,86 y, a ese ritmo se proyectaba a más de $7 a fin de 2002. Fue ahí cuando el presidente Eduardo Duhalde llamó a elecciones para abril de 2003 y logró desarmar las expectativas.

Con la llegada al poder de Néstor Kirchner se vuelve a las fuentes: la economía se encamina al sendero de los superávit gemelos: el resultado de la diferencia entre ingresos y gastos públicos y entre exportaciones e importaciones.

Hoy, con una inflación acumulada de más de 300% desde junio de 2003 aquellos $3,86 serían equivalentes a $15,90, y más aún si toma la suba del promedio de los salarios. ¡No se alarme, estimado lector, espere!, este es un ejercicio hipotético que no toma en cuenta no sólo la existencia de impuestos a las exportaciones -que atenúa en más de 25% en promedio ese salto teórico entre dos momentos de clara inestabilidad-, sino tampoco la escalada de los precios de los productos que más exporta la Argentina: los alimentos.

Si se parte desde el fin de la convertibilidad, cuando se presumía que el dólar había quedado rezagado en 40%, de ahí la paridad inicial en 2002 de $1,40, y se lo eleva por la inflación real, se llega a un valor actual de 8,10 pesos.

Pero si se toma como referencia el recorrido que tuvo el real desde mediados de 2002 y se lo aumenta en 95%, que fue la inflación que acumuló hasta hoy, y luego se la coteja con la que rige ahora de 2,03 reales por dólar, surge que el cambio oficial por pesos debería ubicarse en 4,30 por dólar.

Intercambio con el resto del mundo

El superávit de la balanza comercial se sostiene alto, aunque, como en los tiempos iniciales de las recesiones, se explica más por efecto del cepo impuesto a las importaciones que por la dinámica de las exportaciones, las que, pese a liberar excedentes el mercado interno por haber ingresado en épocas de vacas flacas respecto del boom de consumo de antaño, acusaron caída en abril.

Por eso hay consenso entre los economistas, aunque no en el Gobierno, de que algo hay que hacer y pronto para devolver calma a los mercados y no rifar las reservas del Banco Central, que creyó que descuidando el valor de la moneda y concentrándose en la expansión del crédito no se afectaría el humor de los consumidores, pese a que día a día son testigos de un acelerado deterioro del poder de compra de sus ingresos cuando van al supermercado, o a comprar ropa o un medicamento.

Es ahí donde aparecen los temores a que el menguado poder de compra, en particular para dos tercios de los trabajadores que no tienen asegurado el ajuste de sus salarios por las tasas que acuerdan los gremios en convenciones paritarias con empleadores, se vea profundizado.

Por eso se potencia la huida hormiga al dólar, no ya como reserva de ahorros, sino para poder llegar a fin de mes, en una carrera en la que no todos pueden participar, sencillamente porque la mayor parte de la población no tiene acceso, y es la que siempre termina perdiendo frente a los más avezados y avisados operadores de la City porteña.

Por eso, no parece lo más atinado devaluar, que es la salida facilista que siguen los gobiernos que no tienen plan, ni expertos para estabilizar genuinamente la economía, y prefieren caer en la indeseada reducción de los salarios y jubilaciones cuando se los convierte a moneda extranjera.

Está demostrado que la devaluación por sí misma constituye un remedio de escasa efectividad si no va a acompañada de un plan económico estructurado, que incluya expansión monetaria acotada a la demanda del público, no de un gobierno; contención del gasto público para liberar recursos a las familias y empresas con menores cargas impositivas; seducir a la inversión, sin mirar si es de origen interno o internacional; y eliminación de todas las distorsiones y trabas que se fueron agregando al comercio interior y exterior, para que la oferta de productos y servicios en calidad y precio sea la regla, no la excepción.

Reservas en dólares hay para liberar las ventas de cambio. Probablemente no sean los u$s47.300 millones que informa el Banco Central, pero sí entre 20.000 y 30.000 millones de dólares, que era lo que había entre 2004 y 2006, y pueden retomar la senda de la acumulación si la Argentina opta por amigarse con el mundo, cerrar el capítulo del default, abrir sus fronteras a las importaciones sin dumping y al crédito internacional, y promueve las exportaciones, porque de ese modo se reimpulsará la inversión productiva, la generación de empleos y el consumo privado.

Por Daniel Sticco [email protected]
infobae.com

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